Ayer (31 de enero) terminó la temporada de “Madre Coraje”. Luego de 3 intensos meses de ensayos y de 79 funciones, las bombas dejaron de sonar en esta obra anti bélica. Ahora vemos el Jeep partir.
“Nadie me quita lo bailado” es una frase que cabría muy bien al describir lo que siento. La intensidad de la obra escrita por Bertolt Brecht, la dirección tan prolija de Alberto Ísola, la amabilidad y buen trabajo de la producción del Teatro Británico, el talento incalculable de mis colegas actores y actrices, las anécdotas chistosas (y las no tan chistosas). Nadie me lo quita. El reto de interpretar un personaje tan intenso, tan cambiante, tan fuerte… nadie me lo quita. El “orgasmo espiritual” que es terminar una obra y descubrir que el teatro estaba reventando de gente que te agradece tu trabajo de pie, aplaudiendo como si les hubieras salvado la vida, obligándote a salir 2…3… y hasta 4 veces a saludar ya que sus aplausos no se detienen. Nadie me lo quita. Juntar manos, darnos buenos deseos y energías y gritar al unísono “¡MIERDA!”. Nadie me lo quita. Lo aprendido en boca de maestros. Lo aprendido a punta de errores. Nadie me lo quita. El saludo sincero de un público agradecido afuera del teatro. Nadie me lo quita. Vivir lo que viví. NADIE ME LO QUITA.
El Jeep cargado de mercancías de la guerra se va. Pero sus huellas son profundas.
¿Qué cómo me siento? Alucinado y agradecido.
Pronto en las tablas otra vez.
Raúl Sánchez